La vida en un suspiro del alma
Lo que llamas coincidencia, realmente es producto de una serie de factores inalterables consecuentes
entre sí y que se enuncian como un proceso inamovible en el desarrollo y avance continuo en el que se
desenvuelve la vida tal y como la percibimos y experimentamos. El destino, no es más que el conjunto
de frases y palabras ya escritas en el recorrido energético de tu alma y tu consciencia. Desdoblándose a
sí misma con facilidad a través de los confines de un viaje ya estipulado, de un camino ya vivenciado y
una energía ya apartada para ti.
La esperanza de lograr lo propuesto sienta sus bases en la intencionalidad más pura y clara. En el
pensamiento enfocado y destinado al ordenamiento del entorno próximo y posterior. Entendiéndolo así,
como la forma inconsciente de modificar las variables disponibles para alcanzar un objetivo o un camino
anhelado. El que, si bien ya se encuentra definido, debe ser armado con paciencia y entendimiento de
que todo aquello que deba suceder, sucederá. Sin prejuicios ni algún tipo de intención, nada está hecho
para perjudicar tu vida ni tu sentir. Cada situación, por azarosa que pareciese, esta estipulada por un
motivo claro, específico y significante en tu vida y tu desarrollo como ser humano.
No hay espacio al cuestionamiento, a la duda ni al miedo. En ti reside la universalidad del todo, el plan
ya existe y tú estás en el centro de su construcción. Por ello, es imprescindible librarse de las ataduras
del apego y la necesidad, de la expectativa y la pretensión de escenarios posibles y previstos, inventados
por la mente más superficial, llegando incluso a ignorar los designios e indicaciones de un instinto
primitivo, esencial, que todos nosotros poseemos y con el que interactuamos a diario y durante toda
nuestra vida. He ahí, en esa acción específica, uno de los más grandes errores arraigados en las
sociedades modernas, la completa evasión del sentir en desmedro de una superficialidad que brota a
borbotones de todo aquello que se encuentra establecido en el imaginario de todos y que con tanta
fuerza ha determinado los cimientos de una sociedad banal y vacía, carente de entendimiento y empatía
por sí mismos y por el resto. Dejando así de lado la comunicación intra y extrasensorial con su entorno y
sus pares, con todos los elementos que componen el día y la noche, sus respiros y sus latidos, periódicos
y constantes, incesantes en el rumbo de un caminar solitario. Recurrente en la visión tangente,
dificultosa de la mente alerta, perfecta; sin embargo, rota. Apacible en el seno de comodidad del
entorno conocido. Plausible en la mirada enjuiciadora de un par diferente, distinto de la matriz
reconocible y fija en el entendimiento del común denominador. Homogéneo y genérico, indiferente al
clamor vibracional de la vida y la naturaleza, de la armonía inherente a los cinco sentidos; equilibrados
en un frágil limbo de endebles bases y feroces cuestionamientos. Rodeado de emociones latentes y
constantes, desechadas en la realidad más material posible, alejada del enfoque perdurable y concreto,
modificado por el complejo relacionamiento entre sí mismo y la vida conocida.
Si bien todo se modifica según como actuemos, el camino ya se encuentra ciertamente direccionado
desde la perspectiva de nuestra misión ya premeditada en el universo y el cosmos infinito. Energizado
por ella misma y el momento presente; constante e eterno, sin igual en el vacío del tiempo y sin
premura de ser y existir. Todo parte de una sincronía mayor, de un engranaje perfecto. Una sinfonía
afinadamente compuesta, sonando a cada segundo en el que tu corazón late y tu respiración oxigena y
energiza tu cuerpo, tu mente, y tu alma. Porque no existe el tiempo, la concepción de tu vida es ínfima
en la eternidad del pensamiento y la expresión de cada sentimiento y sensación que nace desde tu
interior. El cambio es constante y habita en cada partícula de tu cuerpo, el entorno se vuelve real
cuando así lo deseas y destinas tu energía para que se manifieste con confianza y tranquilidad. Todo
estará bien, siempre lo ha estado y siempre lo estará. Dejando claro que nunca estaremos exentos de
desentendimiento y comprensión errónea de la vida y su flujo sin final, sin miramientos ni duda de
avanzar y construir la senda fijada por el clamor de un ser en movimiento y en desarrollo; somos
humanos, después de todo. Humanos en un proceso de aprendizaje infinito, de mutación y
transmutación, que acumula partículas de energía en su interior esperando poder dar ese salto cuántico
hacia lo desconocido terrenalmente pero esencial para el potenciamiento energético de un plano del
que vinimos, pero al que no tenemos acceso; al menos de forma momentánea, esperando hasta que el
momento sea el adecuado y estemos preparados para regresar y fundirnos en una espiral de energía
turbulenta y vigorosa. El punto más alto al que podemos llegar, el origen de todo, la marca que apunta
el inicio y el final. Sin barreras y sin obstáculos, sin distractores ni pruebas que superar. Donde todo está
aprendido y todo fluye en la misma frecuencia. Unísona y perfecta, convergencia de todo lo que fuimos,
somos y seremos.