Ecos de una sociedad ultrajada
Uno a uno, fueron cayendo; el plan parecía ir a la perfección; los otrora amigables humanos se habían
convertido en una vorágine de odio y malestar hacia si mismos y el resto. Bastaba solo con mirar o dar
tu opinión y fuera cual fuera, encendía una mecha de molestia que se traducía en grandes altercados
que no se detenían hasta que uno, o unos cuantos, terminaran en el suelo, abatidos por los de su misma
especie. Todo había comenzado como un pequeño juego, el patrón de conducta se fue puliendo en cada
momento hasta alcanzar proporciones lo suficientemente grandes para acabar con la esperanza de la
humanidad. Ensayo y error, ensayo y error, ensayo y error; parecía un chiste mal contado, por los peores
humoristas sobre la faz de la tierra, y nosotros, los títeres que, sentados en el público, debíamos esperar
a que el horrendo espectáculo terminara o, simplemente, su satánica broma fuera nada más que una
estrategia para ganar algo de tiempo. No podíamos estar más equivocados…
El juego lentamente se convirtió en realidad, centenares de personas fueron tan solo el comienzo,
varados en una situación sin salida, atrapados entre una pared y una espada de filo impresionante, que
tan solo al mirarla era capaz de mostrarte cual sería tu destino. Esos centenares se volvieron miles, y
más temprano que nunca, millones; sucumbiendo ante jugarretas de un grupo completamente
identificable, moviendo los hilos de una marioneta con la forma de nosotros mismos, materializada
desde nuestra sociedad y la urbe en la que forjaron sus cimientos; una orquesta de innumerables notas,
guiadas de forma perversa por el maestro de ceremonia, que, con cada movimiento, hacia pagar por sus
caprichos, decisiones y objetivos a todo desafortunado ser que simplemente osara estar vivo.
Irónicamente, no existía en ello discriminación, a pesar de que esta fue el motor de gran parte de sus
acciones, en aquel momento ya no era necesaria. Siempre estuvo y siempre estaría, fuertemente
implantada en el inconsciente de cada uno, esperando a hacer su regreso triunfal con los pocos
sobrevivientes que quedaran en el momento indicado, como un signo de que la enfermedad siempre
estuvo y realmente éramos todos nosotros. Podríamos decir que el carácter detrás de todo fue
selectivo; fue el de ir acabando lentamente con cada uno de los que pudieran llegar a cambiar algo de lo
establecido, atacando directamente a la esencia de todos los que fueran capaces de alzar su mano y
expresar su opinión. Todos y cada uno fueron cayendo, la esperanza se extinguía con cada día que
pasaba raudo por el calendario y tan solo eran algunos los que seguían firmes ante lo desconocido.
Al observar con detención, entendías como la naturaleza humana era más que solo volcarse por un
consumismo nato y la búsqueda de banalidad detrás de sus acciones. Un núcleo de la población
instintivamente se fue reuniendo, en aras de encontrar algo de certeza en un mundo extraño y
desconocido, transformado por la ira, la envidia y el dolor. Todo fue un proceso, claro, alimentado con
fuerza por la desinformación y el rencor interno hacia una sociedad que aparentaba ser indolente y
ajena frente al dolor del resto; alimentado también por las circunstancias y las desigualdades, por la
molestia de sufrir sin entender el porqué, pero si la razón; potenciada por una añoranza de años
destruida, borrada del mapa sin temor y que, lentamente, borró cada atisbo de humanidad y comunidad
que una vez existió en su entendimiento. La dinámica era insostenible, el tiempo comenzó a pasar con
mayor rapidez, los días se tornaron noches y las noches, rápidamente días. El clamor de la sociedad
retumbaba sonoro en los edificios rodeados de gente inconsciente o más bien, que fueron perdiendo su
conciencia. El enemigo ya no estaba en la cúspide de la pirámide, estaba abajo, al mismo nivel; el
enemigo estaba vivo y había que hacer lo posible por que desapareciera. Esmerados en buscar a los
culpables de una situación fuera de control y que se escurría entre los dedos de su mano; perdidos en el
flujo natural de la vida, sin ser capaces de discernir entre quien o que los rodeaba. El plan había
funcionado a la perfección, el sentir cultivado internamente en cada una de las personas había
explotado y el odio se viró al prójimo, al humano más próximo, a todo aquel ser diferente que
presentara algún tipo de amenaza, por más mínima que sea.
El punto ya no era sobrevivir ni vengar a los caídos; el objetivo era volcar la ira, condensar el sufrimiento
y liberarlo con fuerza hacia el resto, sin medir consecuencias; borrando con cada acción, todo rastro de
vida y conciencia que alguna vez fue ostentada como el gran logro evolutivo de una raza. La vida se
convirtió en un círculo vicioso de sufrimiento y dolor, orquestado de forma metódica y con magnifica
paciencia a través del tiempo, disminuyendo la población y borrando todo el sentido de la sociedad que
alguna vez habitó el planeta tierra y de la que solo quedan cenizas y restos de un difuso pasado, perdido
entre las ruinas de una civilización destruida y el atisbo de sentir que cada ser humano alguna vez tuvo
dentro de sí.