Arrancados a la fuerza de su hogar, ultrajados por sus orígenes y creencias. Habitantes ancestrales de una extensa América, aguerridos guerreros de la tierra. Defensores de la madre y de todo lo vivo. Durante años vapuleados por el avance indiscriminado de lo externo, de lo banal y lo humano. Con fiereza han defendido lo suyo y lo nuestro, aquello que representa el equilibrio y el sano establecimiento del cuerpo y la mente, en armonía con la naturaleza y todos sus componentes.
¡Oh! Mapuche, siento dolor por tu casta, tu pueblo, por todo lo que han soportado y cargado a sus espaldas. Lloro por la injusticia y el arrebato de aquellos que dicen tener el poder y se sienten con las atribuciones de pisotear y destruir sin medir consecuencias.
Siento ira por las mentiras y la sumisión que te han obligado a adoptar; con un grito de lucha y clamor incesante, ahogado por las balas de inescrupulosos e ignorantes; asesinos. Avalados por los poderes fácticos organizados, llenos de miedo hacia la amenaza falsa que han creado, aquella que simboliza el mayor terror en su construcción de mundo, la del derrumbe de su estructura social de superioridad. Cimentada en el dinero y la supremacía de una supuesta raza inexistente y sin identidad, nacida desde el dolor ajeno y el interés personal, sin amor ni cultura, sin ánimos de construcción ni reconciliación, con el solo objetivo de perpetuar una forma de ordenamiento vacía y sin lógica.
Abogan por un cambio, por paz, y su indolencia perpetúa un círculo vicioso; buscan soluciones unidireccionales que ignoran el dolor diario de mujeres, hombres y niños, abusados y vejados, arrebatados de su territorio y su cosmovisión de mano de genocidas y cómplices inconscientes y sin escrúpulos. Una raza mestiza que carece de amor propio y respeto por la vida, egoísta e ignorante en su definición más profunda y con un rencor injustificado hacia lo originario, hacia sus raíces y su cultura. Incapaces de observar su interior, mirando con vergüenza a sus propios ojos, lo que traen consigo y lo que significan. Ocultándose detrás de una máscara de banalidad inerte y sin alma, justificando y avalando la injusticia, promoviendo el odio e incrustando el dolor con fuerza en la retina de miles. Ignorando los abusos, las muertes y una gestión que hasta el día de hoy destruye los anhelos de cientos de familias y arrasa con el hogar de los tuyos y los míos, los nuestros.
Para lo establecido, lo que duele y pesa es la pérdida de lo material, la antipatía es lo que prima en su discurso y el miedo resuena en cada uno de sus movimientos, un miedo a una fuerza que desconocen, que no sienten ni entienden, pero que saben que está ahí y que jamás bajará los brazos. Temen a la energía de la tierra, temen a la machi y al longko, al canelo y al arrayán, a la sangre de Leftraru, Kalwarëngo, Anuqueupu y Lincoyán.
¡Oh! Mapuche, no eres culpable del dolor que carga el resto en su alma, no debes pagar por los errores de otros ni el adoctrinamiento de una población ciega y sin corazón. Tu valentía transforma, sobresale de lo común y da luces de esperanza en una lucha que pareciese nunca acabar. El circulo no se romperá mientras no exista el dialogo, mientras no se escuchen las demandas de tu pueblo ancestral y no se respete tu vida, la de tu familia y la de todo el Wall Mapu, que cuidas y resguardas con sagrado cuidado y disposición.
Años de injusticia y dolor, mártires y símbolos, mentiras, y más mentiras. Hoy, tu grito se vuelve frecuencia y tu clamor vibra en todos los rincones de América y el mundo. Entendemos y adoptamos tu lucha, somos cambio, somos sangre nueva. Miramos hacia atrás con respeto por el recorrido infinito de tu sabiduría y los conocimientos ancestrales que hoy materializas en este plano que compartimos. Tu mensaje está resguardado, tu energía inunda el entorno y se entremezcla entre todo lo que existe; el sol nos cobija y renueva, el universo nos entrega su conocimiento y sabiduría a través de ti, cura nuestras heridas y otorga la fuerza y poder necesarios para luchar otro día más. La vida entrega su mensaje, las estrellas guían el camino y energizan el entorno. Somos tierra, somos agua y montaña, somos la luna que se posa en el claro de la noche y el sol que otorga vida a nuestra alma, encendida con fuego y decisión. Somos los cauces incansables e incesantes de los ríos que bañan tu territorio, somos energía, somos lucha, somos seres de la tierra y la naturaleza. Somos mapuches.