Miradas eternas, sentimientos pasajeros
Escribo sentado desde mi alcoba, mirando el cielo eterno y la mente fulgurante de un pasado errante,
perdido en el lodo, extraviado en la nada. Un sentimiento inunda lo que presiento, y deja entrever algo
de un pasado ya recordado por el sentimiento confuso, doloroso. Atrapado en la vorágine del
entendimiento incompleto que se produce cuando no caminas acorde al pensamiento y te dejas
corromper por lo vacío, incierto. Incierto cada paso en una mente frágil, en un respiro constante. Un
sinsentido de la materia, transformada en un conclave de guerra y pasión infinita. Perdida en la más
mínima careta de falsa agonía, ínfima carisma. Aletargada por la emoción continua de ser y crecer,
entender el porqué y el tal vez.
Recónditos los pasajes que aclaran el rocío de un invierno ya roído por el calor de verano, que se avecina
sin premura y paciencia altanera. Dejando atrás una estela de pensamiento suspendido en la nebulosa
de la mente. Clara y presente, estipulada en el saber consciente y la experiencia regente de una mente
transformada, apresurada de cambio y relevo, de sensaciones y cavilaciones sin remedio. Buscando
sosiego a las voces del pasado, materializado por el pensamiento y la locura de una noche sin luna en su
cielo eterno. Estrellado, iluminado por el resplandor de miles de astros posicionados de forma
estratégica en el firmamento. Perfecta es la oscilación del viento, el mensaje atraído por el rencor de un
momento, pasado y olvidado, marcado con sangre y fuego en el interior del cuerpo que entrevé el
perfecto recorrido de un sentir completo, sincero y perpetuo. Atraído por el sonido de un mar calmo y
perdido, vigilante del equilibrio y la armonía de un cuento sin termino aparente, sin conclusión
establecida; recurrente en el completo anonimato de un observador nato, extraviado en la nebulosa de
un retiro consciente, un océano de estrellas y fuerzas paralelas, que enlentecen el miramiento directo
de lo acarreado por el tiempo, relativo y constante, pilares de una idea penetrante en la retina de la
humanidad, maleable y transformable, por la energía de crecer y cambiar, de adoptar y luchar por un
objetivo. Por el sentimiento ambiguo del amor y la desdicha, la dualidad escrita en un sentir
independiente a la brisa que produce avanzar con un sentido, con una meta y un camino. Forjado con
recelo ante lo desconocido y lo pasajero, lucha intermitente entre las percepciones de una vida
fructífera y solemne. Carente de pérdidas y optimismo, anegada de remordimiento y felicidad, falto de
penas y realidad.
Un presente que camina y avanza, que se reduce y agranda según la mirada posada sobre su seno
eterno, constante. Parte de un clamor sigiloso, remordimientos de un estruendo que cambió todo a su
paso, un silbido de pena y gloria, de caminos y senderos. Registrados en el terreno llano, abierto, de tu
alma expuesta al cielo y el infierno. Dos caras de una moneda girando en el firmamento, esperando sin
prisa el momento de su caída, de su llegada. Establecida y esperada, como la lluvia de un verano seco y
agreste, pero que se hace presente en el sentir colectivo de una masa consciente, esperanzada por lo
que viene y espera. La expectativa certera de una transición sin pena, ni gloria. La vida en pocas palabras
y expresiones, el caminar constante de un viejo ser humano, ya cansado por el paso de los años y el
tiempo a través de sus ojos. Sus hombros, adormecidos, ya no soportan el peso del brío de la juventud,
de la curiosidad y la plenitud de ser y existir, de avanzar sin mirar atrás y dejar de lado todo aquello
resguardado con cadenas y candados, apartado del mundo conocido y almacenado en el subsuelo de
una consciencia repleta de miramientos y experiencias, de recuerdos y caretas de una proyección
desconocida. Abastecida por la propia energía que buscaba en su salida, de este plano y el próximo, de
la faz de la tierra y el universo.
La materia transformada en nada más que un susurro, en una onda expansiva de calor y humo, de odio
e infortunio, de amor y esperanza por el silencio infinito, por el calor bendito del alma apagándose, del
recuerdo olvidándose y la materia desgastándose hasta desaparecer por completo, hasta no quedar
nada más que su voz en el viento, entregando un mensaje inconsciente, omnipresente. Para todo aquel
que alguna vez sienta lo mismo y escuche los latidos de su corazón infinito, aletargado por la consciencia
débil de un momento de duda y dolor, de cansancio y clamor. Por un viraje, por un cambio, por una sana
expresión de regocijo y claridad, una nueva oportunidad para otorgarle a la razón el entendimiento de
una vida llena de color y nuevos augurios, desde el interior, desde el sentimiento sincero de creer en el
oscilante rumbo del tiempo y las experiencias posadas en su avanzar, constante y eterno.