TEMPORALIDAD INFINITA

Delirios de entendimiento

Una cierta nostalgia recorría su cuerpo al caminar. Notaba como los segundos avanzaban en el reloj e
inconscientemente sentía un poco de ansiedad ante la perplejidad del tiempo. Tan engañosamente
parte de uno y al mismo tiempo algo tan externo de nuestra existencia. Una pincelada de universo
frente a nuestros ojos; tan inexplicable y majestuoso, preciado bien que todos desean pero que nadie
realmente puede ostentar.
Una sensación de frío recorrió su cuerpo. Cuando la mente hurguetea entre recovecos donde no existe
tanta claridad, donde todo está difuminado por el entrañable paso de los años, reencontrarse con
versiones anteriores de ti mismo puede ser un ejercicio algo estresante para el organismo. Activando las
defensas propias de un animal en peligro, evitando cualquier tipo de contacto con la amenaza y muy
pocas veces, enfrentándola y aprendiendo de ella. Como una sabia maestra de tiempos anteriores,
mostrándote como solían ser las cosas y dándote la oportunidad de mirar al pasado y aceptarlas tal y
como fueron; con madurez y templanza. Dando paso al aprendizaje y tranquilidad, a la sanación interior
y exterior. Completamente dictada por nuestra intención y capacidad de observar aquello que, en algún
momento, no quisimos como parte nuestra, y que evitamos a toda costa, sin contar con que, al hacer las
cosas de esta manera, solo estábamos enraizando aún más en nuestro subconsciente, todo aquello que
alguna vez creímos perdido y olvidado.
Así se mantuvo durante varios minutos, mirando un punto fijo en el aire en lo que parecía ser un trance
temporal; de pronto, en la cúspide de todo su delirio, aquel que llevaba un tiempo ya jugando con su
mente, entremezclando ciertos tintes de epifanía y una claridad absoluta, se dio cuenta de una verdad
aún mayor. Intentó hilar unas palabras que, inconscientemente, buscaron la manera de salir lo más
rápido posible de su organismo y vociferarlo al mundo, sin éxito tras el golpe de verdad que la vida le
estaba entregando en aquel momento. La mente formaba parte de un enigma igual o mayor que el
tiempo como tal, fundidos en una relación constante, siendo cada uno parte del otro, pero sin nunca
realmente funcionar como un conjunto. Hermanos; pares; iguales en esencialidad. Ambas son la base de
lo que percibimos como realidad y estructuran el entorno en un cómodo equilibrio etéreo, percibido
como una suave proyección de nuestras experiencias y aprendizajes, nuestra concepción de lo que
entendemos como real y forma parte vital en la sensorialidad del universo, otorgándole algo de
racionalidad al espacio infinito y dándonos una oportunidad de intentar concebir la extensión de lo
desconocido. Cerrando los ojos y avanzando a través de las eras y los cuerpos estelares, intentando
alcanzar el límite, para solo darse cuenta que no existe uno y que el infinito es tan amplio como
podemos llegar a imaginar.
A nivel espiritual, el tiempo no significa más que un periodo en el que nuestro ser interior se encuentra
aprendiendo al máximo de las experiencias que vivencia continuamente, guiado por el sol y la luna,

otorgándole ventanas de extrema luz y periodos de oscuridad, ampliando su visión de lo que parece ser
la vida y lo que compone todo aquello que se adhiere a la creencia de que estamos vivos y
relacionándonos en el entorno. Casi como si pudiera conectarse con el pasado y el futuro, dando vuelta
entre los pasajes que compone al alma y las memorias que guarda en su interior, como un testigo
indiscutible del paso del tiempo y del aprendizaje interno; entendamos que el tiempo avanza, sin lugar a
dudas, a una velocidad caótica, por cierto, sin embargo, cuanto de aquel avanzar se dicta directamente
por nuestra incapacidad de aprovechar el regalo de vida que tenemos frente nuestro y utilizar nuestras
facultades por completo en la búsqueda de un entendimiento algo mayor de todo lo que nos rodea y
compone; utilizando el poder de nuestra mente en la construcción sabia de un entorno propicio para
nuestro desarrollo y el equilibrio completo, desde la serenidad de saber que somos parte del tiempo,
manifestándose a través de nosotros de manera constante y que, nos encontramos sumidos en un
espiral sin final, compuesto por nuestra mente y su eterna extensión a través de todas las cosas que nos
rodean y forman parte de lo que entendemos como realidad.
Así transcurrieron los minutos y cuando al fin fue capaz de levantar la vista, sentía que podía ver más
allá. Sentía que podía entender un poco más del mundo que lo rodeaba y cobijaba en aquel momento.
Un dolor de cabeza inundaba su pensar producto del estrés causado por el esfuerzo de mirar el
trasfondo, el punto central de la vida, casi como si las respuestas se hubieran expandido a tal punto que
se agolparon en su mente con una fuerza indescriptible, inexplicable para la mayoría e inconcebible para
muchos. Las dudas ahora eran parte de su mirada, sin embargo, la claridad se había transformado en su
nuevo prisma y, desde aquel día, nada volvería a ser como antes.